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Gerson Gómez

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Los malasuerte

Durante una semana se quejó del costado derecho. Ya en casa para continuar la recuperación al pasar por la sala quirúrgica. Inútil los fármacos prescritos para el dolor. Regresó al hospital apenas con signos vitales.

Cada uno de los médicos y residentes aleccionados a los manuales de procedimientos. Para ellos la operación resultó exitosa. El paciente debería mostrar mejoría. Sin toxicidad ni incapacidades de movilidad.

Veinticuatro horas después la paciente falleció. La ley marca la obligación de realizar autopsia. Entre el mar de llano de la familia, los médicos forenses comenzaron a realizar la apertura del cuerpo.

Sobre la plancha la incisión principal. Sin hacer demasiado procedimiento. Sepsis Contaminación y muerte de los órganos internos. Algo les llamó la atención por su brillo. Encontraron lo inverosímil. Instrumental quirúrgico olvidado.

Llamaron de urgencia al cirujano. Cuando recibieron al paciente en el hospital privado, no en el sistema público, al internarle, concomitante al fallecimiento, programaron una cirugía de urgencia para remediar la negligencia.

Solo pudieron llenar los papeles. La pólvora de la envidia entre pares le avisaron a los del SEMEFO.

Entre la papelería a disposición de la autoridad, llenado el formulario, inscrito apresuradamente en la línea de signos vitales, la letra temblorosa de ausente de pulso cardiaco.

Un error no se oculta con otro. En las oficinas estatales de arbitraje médico, los dolientes ganaron indemnización, además del retiro de las cedulas profesionales de aquellos mala suerte.

La familia, después de tanto tiempo, negligencia y dolo, decidieron cremar los restos mortales del pariente agraviado.

Una urna decente en el living para quien creyó en la ciencia, la experiencia y las temerarias recomendaciones de un charlatán centavero.