
Beatriz quiere ser española y Ternium ‘pide disculpas’ con ácido
En esta tierra nuestra donde la memoria histórica se usa como herramienta de poder y no de reflexión, la realidad nos ofrece escenas dignas de un guion de comedia política. Vaya ironía la del tiempo, que convierte a la promotora de disculpas imperiales en aspirante a ciudadana de esa misma corona que exigía postrarse ante nosotros por los horrores de hace 500 años.
Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del presidente López Obrador, ha decidido que España —esa tierra de la “opresión colonial”— no está tan mal después de todo. Tanto así que ya presentó los papeles para convertirse en ciudadana ibérica, amparada en la noble sangre catalana y castellana que corre por sus venas. Y es que, cuando uno quiere hacer “actividades académicas” en Europa, qué mejor que obtener pasaporte de ese país al que hace no tanto se le reclamaban disculpas por Hernán Cortés. Según el medio español ABC a través de uno de sus corresponsales Milton Merlo.
Pero no seamos mal pensados. Seguro la ex primera dama, siempre tan comprometida con la dignidad nacional, simplemente busca tender un puente cultural… desde el consulado, claro. Que la relación con España esté erosionada por la carta que ella misma ayudó a redactar en 2019 exigiendo perdón por la Conquista es mera coincidencia. Ya saben, las heridas históricas duelen… pero no tanto como las ventajas de la ciudadanía europea.
Mientras tanto, en Nuevo León, otra historia de altura moral se escribe con letras ácidas (literalmente). Ternium, la poderosa siderúrgica que dejó caer ácido clorhídrico y cloruro ferroso en el arroyo La Talaverna, podría ser sancionada —ojo— con todo el peso de la ley. O bueno, con todo el peso que la ley “permita”, que es distinto. El Gobierno estatal asegura que no habrá contemplaciones. Que la empresa será “ejemplarmente” castigada.
Y uno quiere creerlo. Pero cuando la palabra “ejemplar” aparece tantas veces en comunicados oficiales, suele ser porque la ejemplaridad es inversamente proporcional a los hechos. Las promesas de multas severas, inspecciones rigurosas y acciones históricas suenan convincentes… hasta que uno recuerda la larga lista de empresas que contaminan con periodicidad suiza y siguen operando sin mayor contratiempo.
En este país, el discurso es un recurso renovable. Se recicla, se perfuma y se lanza con convicción. Si hay que exigir perdón a España, se exige. Si después hay que tramitar la nacionalidad, se tramita. Si hay que castigar una catástrofe ambiental, se anuncia con bombo y platillo. Que luego todo quede en comunicados y promesas es lo de menos. Lo importante es parecer coherente. La coherencia real es optativa.
En resumen, no se preocupen por las contradicciones. Aquí, las cartas a la Corona y los derrames tóxicos se atienden con la misma seriedad: la de los gestos, no la de las consecuencias.