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Por: Gerson Gómez

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Barrio La Piedra

Crecimos en una zona fabril y trabajadora. Impregnada de leyendas. Nuestros vecinos ganaban la vida de distintas maneras. Hubo quienes, en sus casas de madera, cocinaban barbacoa. Todos los días se acababa temprano su producto.

En las principales esquinas de las avenidas, con sus triciclos, ofertaban el producto a los marchantes.

Frente a casa, el mecánico de la zona, oculto tras los anteojos más gruesos del universo. Casi podía ver el futuro. Lo acompañaban sus fieles perros. Una mezcla de estopa peluda y grasa pegada en sus pieles.

La leyenda de La Piedra, del monolito donde las parejas juveniles se reunían para los primeros escarceos sentimentales. Sacada de la laguna de Cementos Mexicanos, decían como algunos incautos, hasta ahí habían llegado con la mole.

Vecinos brillantes, todos. Muy común encontrar a Ramiro Delgado, tecladista de Bronco, beber un refresco con los cuates. El Latin Lover, triunfador de tantas transmisiones televisivas, puso el negocio de su vida,

El primer comercio de los Tacos Leal por la misma acera. A nosotros, quienes aún cursábamos la secundaria, nos parecía mágico llegar hasta la central de la ruta 67.

También, como en todas las colonias, los que nacieron con mala entraña. Las peleas a pedradas por rencillas tan viejas y carentes de sentido.

Cristales rotos, descalabrados y algún difunto por atropello, al cruzar la avenida Ruiz Cortines sin precaución.

Al maleante de la zona, en las épocas álgidas de la metrópoli, se lo devolvieron a su familia en varias bolsas negras de plástico.

En el barrio de La Piedra, antes todo fue de un solo sentido. Ahora, apenas van y vienen, los buenos y los extraviados, con simpleza ignorante.