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Por: Gerson Gómez

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El cubículo de la salvación

Acérquese a ellos. No muerden. Son los desposeídos de la tierra. Abandonaron sus parcelas. A sus familias en los territorios originales. Lo hicieron por necesidad. Con el sueño de una vida mejor.

Los ha visto deambular sin destino. Para ellos, la vida está en el otro lado del rio Grande. Al trabajar de sol a sol. En el sueño americano. La tierra prometida. Donde los árboles están cargados de billetes verdes.

Allá ya están algún de sus primos. Quienes emigraron veinte años atrás. Jamás volvieron. Incluso ya no hablan la lengua materna. Tampoco mastican el ingles de manera fluida. Pochean desde el amanecer hasta cuando el sol se apaga.

La nostalgia, los envíos de dinero esporádicos. Las imágenes de la ropa nueva o la camioneta para transportarse al centro laboral. Padres desdentados, hermanos de manos ajadas, primos optimistas socializando con sus patrones.

Mano de obra barata. Muy por debajo del mínimo norteamericano. Siempre son bienvenidos en las barracas. La pisca del temporal. Adecuaciones en los suburbios. Construcciones con contratistas usureros.

Encima de la bestia los robaron. Los grupos criminales desaparecieron a algunos. Impusieron impuestos revolucionarios. Efectivos del Instituto Nacional de Migración los persiguieron en la selva.

Ya en la capital del país quieren confundirse con los turistas. Dan vueltas por la central del norte. Algunos viajan de polizontes. Los traileros alquilan los camarotes o el fondo doble de sus contenedores.

Mal viven todo el día. Aparecen en los comedores de los menesterosos. Se llevan el pan de la amargura a la boca. Aun confían en el Dios de las conformidades.

Acampan en las proximidades de los hospitales del servicio nacional de salud. Los confunden con familiares de los internados. Reciben el consuelo y el pan. Se retiran a rumiar en la penumbra.

Idénticos a quienes hace dos mil años no encontraron espacio. Salvo un pesebre.