El expresidente de México Enrique Peña Nieto; la precandidata presidencial Xóchitl Gálvez y la ministra de la Suprema Corte Yasmín Esquivel han sido señalados en los últimos años por irregularidades plagiarias en sus trabajos profesionales para obtener distintos grados académicos. ¿Un problema recurrente en la clase política mexicana?
Independientemente de que estos episodios han sido utilizados por los distintos actores de la sociedad mexicana para apuntalar sus intereses, como evitar que Esquivel tomara la titularidad del máximo tribunal del país, la recurrencia del problema hace interrogarse qué factores institucionales, culturales y políticos lo están fomentando.
En ese sentido, Sputnik conversó con la doctora Lilián Camacho, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que destaca por haber acompañado decenas de proyectos de titulación de temas tan disímiles como el infrarrealismo de Roberto Bolaño o la poesía barroca del siglo XVII, para indagar en las posibles causas de esta costumbre de la irregularidad en los procesos académicos del país latinoamericano, visible en los más altos cargos de la política nacional.
“El plagio es un síntoma, no es el problema en sí; el plagio es reflejo de cómo se encuentra la academia y la necesidad de plagiar”, empieza por diferenciar la profesora, con más de 100 proyectos de titulación acompañados como asesora, de acuerdo con registros de la UNAM.
Obreros del conocimiento y capital simbólico
Pese a sus desafíos, la academia es importante por su relación de fomento con el Estado y de interlocución con la sociedad que la permite, opina Camacho, donde además en teoría las aulas tendrían que fomentar la creación de audiencias para sus investigaciones y generación de conocimiento.
“Todo esto que digo debería ser completamente natural, esperable y sobre todo remunerado con justicia, el trabajo académico debería verse como un trabajo al igual que cualquier otro trabajo, el académico es un trabajador más, una especie de obrero del conocimiento; y, en ese sentido, las cosas estarían completamente claras”, plantea.
“El problema es que en la actualidad este mundo académico pone en juego un capital simbólico” que distribuye prestigio entre sus egresados. “El saber, el conocimiento que caracterizaba, por ejemplo, a un doctor, queda en segundo plano, lo que queda en primer plano es el capital social, que es el reconocimiento y el prestigio que él simboliza”.
Este prestigio, subraya Camacho, se traduce muchas veces en capitales político y económico, en capacidades de acceso a puntos de decisión y de enriquecimiento. Un escenario, agrega, donde solo a veces participa el conocimiento como relevancia en sí mismo.
El académico como un empresario de la exclusión
En esta nueva realidad, el académico no es un filósofo en la búsqueda permanente de la verdad, expresa la doctora Camacho, sino un empresario que participa de la lógica de la competitividad y, por tanto, de dinámicas de exclusión contra los malos jugadores de este juego de competencias.
“Es un campo perfectamente estructurado a modo de empresa”, apunta, donde los títulos y reconocimientos universitarios actúan como credenciales que autorizan el saber. “Ese capital simbólico se va representando por una multitud de publicaciones”, donde las conferencias y artículos podrían validarse por kilos y montañas de horas, ironiza la universitaria.
Lo que está en disputa, entonces, es el poder, no tanto el saber, por lo que se burocratiza la obtención de licencias y papeles en diversas instituciones, “y eso ya implica una perversión del sistema académico”, acusa Camacho.
“Un académico no es académico porque prepare sus clases y dé buenas clases y porque haga sus investigaciones y se tarde cinco años en sacar un producto, no, no, no, todo tiene que ser rápido, de tal forma que el sujeto académico acaba siendo un administrador y un empresario al mismo tiempo”, lamenta.
Esta realidad, además, observa la estudiosa, se traduce en una estructura clientelar donde los grandes académicos son principalmente leídos, consumidos por los docentes en el aula, en una relación endogámica.
Y surge otro fenómeno: la explotación del trabajo estudiantil en favor del gran investigador. “Hay participantes que son obreros del campo académico, que son estudiantes cuya mano de obra permite la elaboración de publicaciones, muchas veces son quienes escriben los textos con los que se participa en estos actos”, describe.
En ocasiones, este académico cupular cuenta con ventajas presupuestales de las universidades para subcontratar trabajo intelectual diferenciado, relata Camacho, lo que subraya su condición empresarial, de gestor de grupos más que creador de interrogantes.
“Lo que menos importa es el conocimiento, no conviven en el mismo plano la distinción y el prestigio con los conocimientos”, asienta la universitaria.
“Actos completamente deshonestos”
En esa búsqueda del prestigio como una malformación de los que deberían ser los objetivos filosóficos de la academia, califica la doctora Camacho, los interesados incurren en “actos completamente deshonestos”.
Como ejemplo, recurre a su experiencia como acompañante de procesos de titulación. Estos episodios de investigación, apunta, deberían ser experiencias formativas, formas de alfabetización académica y formación en distintos niveles de madurez intelectual. “Pero eso no se logra si la idea de un trabajo de titulación es ingresar a un gremio, lo cual implica crear una obra maestra, no concebir como procesos esa experiencia formativa”, apunta.
Otra malformación de objetivos, considera, surge cuando no hay claridad en los objetivos del proyecto de titulación, en los frutos de titular a los estudiantes mediante trabajos de investigación. “Y de ahí que muchas instituciones se quiten el problema” y anulen ese requisito profesional.
Todo profesionista que se enfrenta a un trabajo escrito, dice Camacho, podría ver en él una oportunidad de reflexionar en su mismo quehacer profesional y enfrentarse al desafío de identificar problemáticas y proponer soluciones, salidas, respuestas creativas para abordarlas y desatarlas.
“La respuesta es una tesis que el profesionista se plantea en un ámbito académico”, ilustra. “Si no hay esa claridad de ver la utilidad de un trabajo así en la academia y más bien el trabajo es una mercancía que sirve para integrarse en la empresa, en la industria Académicos & Company, eso no va a permitir el crecimiento, el desarrollo de profesionistas críticos”, sino únicamente fomentará burócratas de la repetición laboral, bromea, critica Camacho.
En tal escenario, “el titularse, el graduarse, el doctorarse equivale a adquirir una credencial de mayor peso que la credencial anterior; es un concepto muy de considerar la vida académica como una vida de adquisición de mercancías, donde una más de las mercancías es el grado académico, es la idea de formar mercancías intelectuales, no de formar estudiantes. En este contexto tan salvaje lo que se está comprando son símbolos al precio que sea”, califica la universitaria.
Una producción académica chatarra
El plagio, entonces, corresponde a la necesidad de producción en masa y a la incapacidad de darse tiempo de elaborar un esfuerzo filosófico de curiosidad, un problema derivado de este desvío de las intenciones académicas por la curiosidad, argumenta.
Un plagio, ilustra la doctora Camacho, “es como el kitsch, es como un producto no nutritivo, estos alimentos que simplemente son botanas; es producir botanas disfrazadas de alimentos de alto nivel”.
“Corresponde concebir la academia como el kitsch profesional”, donde medidas como salarios justos para los investigadores, que les permitan configurar conocimiento sin urgencias cuantitativas, podrían ayudar a aliviar la situación.
Paradójicamente, subraya, la urgencia por presentar trabajos y producir publicaciones deja poco tiempo para reflexionar, para indagar, para investigar y reelaborar lo leído con paciencia.
La cuantificación del proceso educativo obliga a pensar a los titulados de una escuela por número, por volumen, no observar críticamente qué conocimientos adquirieron, cómo aprovecharon su paso por las aulas, considera la docente de la UNAM.
Así, se prioriza presentar tesis, sin importar si fueron elaboradas con trabajo fantasma de obreros llamados estudiantes. “Todo eso forma la no academia, y esa es la situación actual de la academia, y es trágico”, sintetiza Camacho.
El episodio de Xóchitl Gálvez
La aspirante a la presidencia de México por el Frente Amplio, coalición de partidos opositores, reconoció irregularidades en su proyecto de titulación para graduarse como ingeniera por la UNAM.
“Sí la pendejié, debí poner de dónde era, la verdad”, admitió la también exalcaldesa de Miguel Hidalgo, Ciudad de México, luego de ser interrogada por la prensa.
Ante tal episodio, la doctora Lilián Camacho considera que la deshonestidad reflejada por Gálvez no es un problema meramente metodológico, sino que hace pensar que pagó por la elaboración del trabajo profesional. “Ese es el gran problema de la academia, cuando se valora más la credencial que el conocimiento en sí”.
Corregir todos estos desafíos implica el esfuerzo de replantear la academia desde sus bases, cuestionar su acomodo vertical de élites frente a docentes a ras de piso, criticar su tendencia al maltrato, el insulto, la humillación, rescatar proyectos de investigación abandonados por desencanto.
“Que se deje de privilegiar esa adquisición de bienes que hacen que la academia se vea como un conjunto de puntitos que se convierten en salarios y que se convierten en prestigio; y donde lo principal sea el saber, el conocimiento y la formación del propio académico, la formación que atiende este académico y la formación de los colegas jóvenes”, apunta.
Las tesis, concluye la asesora de investigaciones, siguen siendo necesarias en la conformación de pensadores críticos porque cuando se escribe se fomenta el pensamiento, se elabora, se estructura, se contrasta. Luego, resulta indispensable recuperar la curiosidad filosófica en el quehacer universitario.
Fuente:https://sputniknews.lat
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