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Por: Gerson Gómez

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Las palabras aletargadas

Elegimos su nombre por votación general. Pasó de uno solo a dos. Significativos y fuertes. Históricos, profundos y limpios. Por lo menos así lo pensamos.

Al registrar en el Registro Civil quedó el asunto legal. El bebé con su sonrisa continuaba sin comprender el sentido. Sonrisas plenas. 

En el hogar, todos lo llamamos con el segundo nombre. A los tres meses, en pleno verano, de visita en Villa de Santiago, nuestro hijo dijo agua. Lo escuchamos todos. Dueños del lugar. Los orgullosos abuelos y nosotros, los progenitores. Lo repitió varias ocasiones.

Entramos a la alberca con él en brazos. Pañal especial para nadar. La sonrisa en cada una de sus brazadas. 

Lo primero por hacer, a sugerencia de mamá, inscribirlo en los cursos de extensión en los talleres de IMSS. 

Buscamos información ante el desafío. Salvo en clases privadas, se podían ofrecer el servicio de natación.

El proyecto deportivo y de supervivencia espero. A los tres años, aun sin entrar al jardín de infantes, para navidad, donde los padres somos Santa y Mamá Claus, a su manera de entender nos pidió un teclado musical y un telescopio.

Ante el desconcierto, lo llevamos a la principal tienda de jugueterías. Recogimos la misiva a Santa Claus. Pidió escribir al polo norte le enviaran el teclado y el telescopio.

No lo sedujeron las figuras articuladas de Star Wars, DC o Marvel. Nos exigió escribir su plegaria. La colocamos en el buzón. Los dos pares de abuelos sorprendidos. 

Con los bonos mensuales del trabajo compramos el teclado musical. Papá y Mamá consiguieron el telescopio.

Aun dudando, inquirí, porque deseaba esos obsequios de Santa Claus.

Quiero ver las estrellas y aprender a tocar el piano. Resuelto lo mencionó. Ahora buscamos la escuela de música. La encontramos en el taller de estrellitas de una marca de instrumentos musicales.

Aprendió desde los cuatro años a leer partitura. Antes de escribir su nombre o el alfabeto. El grupo de solo dos alumnos. Cumplió todos los pasos hasta los 6 años y medio. Cada fin de nivel el concierto de esfuerzos y lágrimas emotivas.

Sin alcanzar los pedales, la docente los acompañaba para cubrir sus errores.

Luego, nos dijo, ya terminé estrellitas. Ya tengo seis años. Vamos a inscribirme para aprender a nadar en los cursos del IMSS.

Boquiabiertos y aletargados, así lo hicimos. Llegaba en el transporte escolar a casa y corríamos para llevarlo a la clase de la una de la tarde.

Así aprendió música y a sobrevivir en el agua, sin miedo, como lo sugirió su abuela.